Conocemos tu infancia y la época de tu crecimiento, una infancia bien
delineada. Nos gusta leer las páginas que te describen como niña vivaz,
vibrante, tenaz, de respuesta fácil, que juega con sus amigas en la playa. Tus
amigas te recuerdan juguetona, independiente, intrépida.
Tu padre es quien lleva a la casa sin ambages, el niño de una familia en dificultad y dice: “Es
un hermanito, hay que quererlo.”
No en vano tu viviste tus primeros años en medio de tragedias sangrientas
de la revolución francesa y fuiste marcada por un deseo irrefrenable de caridad y de compasión
efectiva.
En 1805 tu hermana Victoria Emilia muere a los 15 años; quince años más
tarde muere tu padre.
Rosa
Virginia, tienes entonces 10 años y a
pesar de la pena sentida, con tu sensibilidad a flor de piel, ya has aprendido a consolar y te has
constituido en apoyo reconfortante para tu madre. Los gestos de Buen Samaritano
de tus padres te han calado hondo y te han enseñado la compasión.
Carácter.
Sofía
Duchemin, tu amiga de infancia nos contó el
momento en que la señora Pelletier debió llevarte a la escuela “a lo militar” porque
tú te negabas a ir. Un buen día de 1808, en el colegio tu maestra presa de un
arrebato, te grita: “Rosa Virginia, tú
serás un ángel o un demonio”. “Yo seré religiosa” respondes tú. Ya adolescente, en Tours, uno de los canónigos de la catedral que hacía
los cursos de religión en el pensionado, aseguraba de ti: “La señorita Pelletier está
dotado de genio, de esos que hacen o mucho bien o mucho mal con el paso de los
años.” Su carácter ya está trazado. Se impone pequeñas penitencias para reparar
sus faltas diarias.
¿Recuerdas cuando, en
1810 tú madre decide volver definitivamente al
continente y lleva consigo a la
familia que aprovechará de participar en
la boda de Ana Josefina la mayor de tus hermanos. Rosa Virginia, para ti lo
peor aun no había llegado. Tu madre decidió confiarte a una amiga que acababa
de abrir un pensionado en Tours. La separación de tu madre, de tu
familia, la nostalgia de tu larga y hermosa isla, la disciplina de hierro que
se te impone, se convirtió en una carga
muy pesadas para tu corazón de adolescente.
Cuando
narrabas tu vocación a las novicias les decías: “”Yo lloraba mucho en el pensionado… yo no
era piadosa queridas hijas, no me gustaba confesarme y no sé cómo Dios permitió
que mi confesor me tratara tan duramente. Mis maestras me reprendían mucho y me
agobiaban con mil observaciones que no podía soportar”. Estas palabras tuyas nos
esclarecen algo sobre tu sensibilidad
que fue creciendo hacia los que sufren, los que se sienten desgraciados.
En 1812 muere tu hermano André Constant de 24 años. El 11 de junio de
1813 muere tu madre la Sra. Pelletier. “¡Creíste morir cuando te anunciaron su
muerte!” y no pudiste ir a su entierro en Noimoutier. ¡Cuánto dolor! Tu tenías
17 años.
Entonces fue cuando Dios puso a
tu lado dos ángeles consoladores, las maestras Josefina de Loisel y Paulina de
Lignac quienes ganaron tu afecto. Tu intenso período de dolor fue seguido por
uno de amistad, paz y consuelo que te fortificó. Tu amistad con Paulina de
Lignac duró toda tu vida.
A las novicias les hablaste sobre la misericordia
para con las niñas y jóvenes. Les dijiste: “¿Que hacíamos nosotras a esa edad? En lo que a mí se refiere, a esa edad yo vivía
inventando maldades”. ¿Recuerdas?
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