sábado, 23 de abril de 2016

CONVERSACIÓN CON MARÍA EUFRASIA



 Infancia y juventud decisivas.

María Eufrasia:
Conocemos tu infancia y la época de tu crecimiento, una infancia bien delineada. Nos gusta leer las páginas que te describen como niña vivaz, vibrante, tenaz, de respuesta fácil, que juega con sus amigas en la playa. Tus amigas te recuerdan juguetona, independiente, intrépida.
Tu padre es quien lleva a la casa sin ambages, el  niño de una familia en dificultad y dice: “Es un hermanito, hay que quererlo.”
No en vano tu viviste tus primeros años en medio de tragedias sangrientas de la revolución francesa y fuiste marcada por un deseo  irrefrenable de caridad y de compasión efectiva.
En 1805 tu hermana Victoria Emilia muere a los 15 años; quince años más tarde muere tu padre.
Rosa Virginia,  tienes entonces 10 años y a pesar de la pena sentida, con tu sensibilidad a flor de piel,  ya has aprendido a consolar y te has constituido en apoyo reconfortante para tu madre. Los gestos de Buen Samaritano de tus padres te han calado hondo y te han enseñado la compasión.

Carácter.
Sofía Duchemin, tu amiga de infancia nos contó  el momento en que la señora Pelletier debió llevarte a la escuela “a lo militar” porque tú te negabas a ir. Un buen día de 1808, en el colegio tu maestra presa de un arrebato,  te grita: “Rosa Virginia, tú serás un ángel o un demonio”. “Yo seré religiosa” respondes tú. Ya adolescente, en Tours, uno de los canónigos de la catedral que hacía los cursos de religión en el pensionado, aseguraba de ti: “La señorita Pelletier está dotado de genio, de esos que hacen o mucho bien o mucho mal con el paso de los años.” Su carácter ya está trazado. Se impone pequeñas penitencias para reparar sus faltas diarias.

¿Recuerdas cuando, en 1810 tú madre decide volver definitivamente al  continente  y lleva consigo a la familia que aprovechará de participar  en la boda de Ana Josefina la mayor de tus hermanos. Rosa Virginia, para ti lo peor aun no había llegado. Tu madre decidió confiarte a una amiga que acababa de abrir un pensionado en Tours. La separación de tu madre, de tu familia, la nostalgia de tu larga y hermosa isla, la disciplina de hierro que se te impone, se  convirtió en una carga muy pesadas para tu corazón de adolescente.
Cuando narrabas tu vocación a las novicias les decías:   “”Yo lloraba mucho en el pensionado… yo no era piadosa queridas hijas, no me gustaba confesarme y no sé cómo Dios permitió que mi confesor me tratara tan duramente. Mis maestras me reprendían mucho y me agobiaban con mil observaciones que no podía soportar”. Estas palabras tuyas nos esclarecen algo sobre tu sensibilidad  que fue creciendo hacia los que sufren, los que se sienten desgraciados.
En 1812 muere tu hermano André Constant de 24 años. El 11 de junio de 1813 muere tu madre la Sra. Pelletier. “¡Creíste morir cuando te anunciaron su muerte!” y no pudiste ir a su entierro en Noimoutier. ¡Cuánto dolor! Tu tenías 17 años.
Entonces fue cuando  Dios puso a tu lado dos ángeles consoladores, las maestras Josefina de Loisel y Paulina de Lignac quienes ganaron tu afecto. Tu intenso período de dolor fue seguido por uno de amistad, paz y consuelo que te fortificó. Tu amistad con Paulina de Lignac duró toda tu vida.
A las novicias les hablaste sobre la misericordia para con las niñas y jóvenes. Les dijiste: “¿Que hacíamos nosotras a esa edad?  En lo que a mí se refiere, a esa edad yo vivía inventando maldades”. ¿Recuerdas?
Querida María Eufrasia, el Señor te preparó desde tu infancia y adolescencia para seguir a Jesús en el camino de la compasión. Los consuelos recibidos te enseñaron lo que significa el bálsamo de la misericordia, la que tú aplicaste  con desbordes de ternura a las mujeres sufrientes, niñas, jóvenes y adultas. Tu experiencia de dolor te penetró de comprensión y capacidad de compasión efectiva.

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