El Misterio de Navidad nos asombra, nos hace experimentar la importancia de haber nacido, de ser humanos, de haber crecido y madurado. Jesús asume nuestra condición humana y empieza naciendo de María, como niñito/niñita que hemos sido todos nosotros.
¡Qué ternura y gozo!
El Niño Dios nos revela algo insospechado desde hace más de dos mil años: la importancia de ser niño/niña, de vivir en familia, de recibir amor y ternura.
Nos enseña el despojo y el valor de la infancia.
El Niño en su estado de pequeñez y pobreza, como dice el Papa Francisco, también
“Nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará”. (Misa de Navidad 2016)
“Nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará”. (Misa de Navidad 2016)
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