“La Iglesia es el navío que guarda el tesoro de nuestra fe y de nuestra esperanza. Este navío al que nada podrá hacerle perecer, boga por los siglos llevando sus riquezas a todos los pueblos del mundo. Jesucristo mismo es su piloto. Él es quien dirige el timón y le guía segura… Roguemos, roguemos sin cesar por la Iglesia, santa y hermosa que tanto amáis. No vacilemos en sacrificarlo todo, en inmolarnos para que se multipliquen sus conquistas y para que el esplendor de su hermosura se manifieste cada vez más”
(Conf. C 1 De la Iglesia)
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