lunes, 13 de mayo de 2013

JESÚS, IGUAL A DIOS


SENTADO A LA DERECHA DE DIOS  
CONFESAMOS: Jesús subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre
"Subió» porque antes se ha dicho que  «por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo». Jesús «sube» porque había «bajado». La metáfora expresa así la consumación del proceso salvador que se habla comenzado con la encarnación. El Hijo de Dios, que siendo divino tenía en el cielo su lugar (metafórico) propio, «bajó» a morar entre nosotros, en nuestra tierra, asumiendo la humanidad de Jesús, hijo, según se creía, del carpintero de Nazaret y en todo igual a nosotros

Confesar que Jesús, está sentado a la derecha de Dios es confesar que Jesús es «divino», igual a Dios y participante de la dignidad y el poder de Dios.
En Lc 22,66-71 Jesús dice ante el Sanedrín: «'Si os lo digo no me creeréis... De ahora en adelante el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios'. Dijeron todos: 'Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?' Él les dijo: 'Vosotros lo decís: yo soy'. Dijeron ellos: '¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros lo hemos
oído de su boca?'»
Los sacerdotes acusadores lo tenían claro: al proclamar que estaría sentado a la derecha de Dios, Jesús se hacía igual a Dios

Estar a la derecha de Dios es la visualización de la gloria de Jesús en su resurrección y su poder salvador que se manifiesta en la efusión del Espíritu Santo.

Por eso no es de extrañar que los primeros cristianos vieran en esta fórmula metafórica la mejor manera de confesar sintéticamente su fe en Jesús resucitado y su confianza en su poder salvífico.
 Ésta es la imagen que Esteban, el primer mártir, ve ante sus ojos cuando estaba siendo apedreado a muerte: «Lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba a la derecha de Dios» (Hch 7, 55-56).

Las palabras del Credo que comentamos nos invitan, pues, a lo que podríamos llamar una confesión intuitiva y visual de la divinidad de Jesús y de su poder salvador, según una fórmula que fue cara a los primeros creyentes desde los mismos comienzos del cristianismo

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