"Es siempre un milagro el que la misericordia divina se
irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y
animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de
misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se
traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo
en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo,
visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo
cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia
corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia,
muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más
en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la
misericordia divina». En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de
nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en
fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con
cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la
historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito
ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5);
más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa
de su fe".
Papa Francisco. Mensaje de Cuaresma 2016. #3
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