lunes, 15 de agosto de 2016

JUEGOS


LA HUMANIDAD SE ENCUENTRA CONSIGO MISMA.

Los Juegos Olímpicos nos invitan a reflexionar sobre la importancia antropológica y social del juego. No  el juego que se volvió profesión y gran comercio internacional como el fútbol, el baloncesto y otros, que son más bien deportes que juegos. El juego, como dimensión humana, que no tiene ninguna finalidad práctica, pero lleva en sí mismo un profundo sentido como expresión de alegría de divertirse juntos.
En los Juegos Olímpicos su eje articulador es la competición incluyente, pues participan todos. La competición es para el mejor, apreciando y respetando las cualidades y el virtuosismo del otro.

La tradición cristiana desarrolló toda una reflexión sobre el significado   trascendente del juego. 
Las dos Iglesias hermanas, la latina y la griega, se refieren a Dios, al hombre y a la Iglesia como lúdicos.  
Veían la creación como un gran juego de Dios lúdico: hacia un lado lanzó las estrellas, hacia otro el sol, más abajo puso los planetas y con cariño colocó la Tierra, equidistante del Sol, para que pudiese tener vida.
La creación expresa la alegría  
desbordante de Dios, una especie de teatro en el cual desfilan todos los seres y muestran su belleza y grandeza. Se hablaba entonces de la creación como un theatrum gloriae Dei (un teatro de la gloria de Dios).
En un bello poema dice el gran teólogo de la Iglesia ortodoxa Gregorio Nacianceno (+390): «El Logos sublime juega. Engalana con las más variadas imágenes y por puro gusto y por todos los modos, el cosmos entero». En efecto, el juguete es obra de la fantasía creadora, como lo muestran los niños: expresión de una libertad sin coacción, creando un mundo sin finalidad práctica, libre del lucro y de beneficios individuales.
 Dios es verdaderamente lúdico, decía Hugo Rhanner y aconsejaba que fuéramos seres lúdicos.
Estas consideraciones sirven para mostrar cómo puede ser sin nubarrones y sin angustia nuestra existencia aquí en la Tierra, al menos por un momento, especialmente cuando se vislumbra en la belleza de las diferentes modalidades de juegos la misteriosa presencia de un Dios lúdico. Entonces no hay que temer. Lo que nos bloquea la libertad y la creatividad es el miedo. En lo profundo, la realidad no es traicionera, sino buena y bonita, alegre acogedora. Alegrarse por formar parte de ella lo expresamos en el juego, y, de forma universal, en los Juegos Olímpicos. Tal vez éste sea su sentido secreto.      

ADAPTACIÓN. lLEONARDO BOFF KOINONÍA     




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