LA HUMANIDAD SE ENCUENTRA CONSIGO MISMA.
Los
Juegos Olímpicos nos invitan a reflexionar sobre la importancia antropológica y
social del juego. No el juego que se volvió profesión y gran
comercio internacional como el fútbol, el baloncesto y otros, que son más bien
deportes que juegos. El juego, como dimensión humana, que no tiene ninguna finalidad práctica, pero lleva en sí
mismo un profundo sentido como expresión de alegría de divertirse juntos.
En los Juegos Olímpicos su eje articulador es la
competición incluyente, pues
participan todos. La competición es para el mejor, apreciando y respetando las
cualidades y el virtuosismo del otro.
La tradición cristiana desarrolló toda una reflexión sobre
el significado trascendente del juego.
Las dos Iglesias hermanas, la latina y la griega, se refieren a Dios, al hombre y a la Iglesia como lúdicos.
Las dos Iglesias hermanas, la latina y la griega, se refieren a Dios, al hombre y a la Iglesia como lúdicos.
Veían la creación como un gran juego de Dios lúdico: hacia
un lado lanzó las estrellas, hacia otro el sol, más abajo puso los planetas y
con cariño colocó la Tierra, equidistante del Sol, para que pudiese tener vida.
La creación expresa la alegría
desbordante de Dios, una especie de teatro en el
cual desfilan todos los seres y muestran su belleza y grandeza. Se hablaba entonces
de la creación como un theatrum
gloriae Dei (un teatro de la
gloria de Dios).
La creación expresa la alegría
En un bello poema dice el gran teólogo de la Iglesia
ortodoxa Gregorio Nacianceno (+390): «El
Logos sublime juega. Engalana con las más variadas imágenes y por puro gusto y
por todos los modos, el cosmos entero». En efecto, el juguete es obra de la
fantasía creadora, como lo muestran los niños: expresión de una libertad sin
coacción, creando un mundo sin finalidad práctica, libre del lucro y de
beneficios individuales.
Dios es verdaderamente
lúdico, decía Hugo Rhanner y aconsejaba que fuéramos seres lúdicos.
Estas consideraciones sirven para mostrar cómo puede ser
sin nubarrones y sin angustia nuestra existencia aquí en la Tierra, al menos
por un momento, especialmente cuando se vislumbra en la belleza de las
diferentes modalidades de juegos la misteriosa presencia de un Dios lúdico.
Entonces no hay que temer. Lo que nos bloquea la libertad y la creatividad es
el miedo. En lo profundo, la realidad no es traicionera, sino buena y bonita,
alegre acogedora. Alegrarse por formar parte de ella lo expresamos en el juego,
y, de forma universal, en los Juegos Olímpicos. Tal vez éste sea su sentido
secreto.
ADAPTACIÓN. lLEONARDO BOFF KOINONÍA
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