Cómo hacerlo es la gran pregunta...
Frente al
año que termina y
al otro que comienza, ¡qué bien nos hace contemplar al Niño-Dios!.
Es una invitación a
volver a las fuentes y raíces de nuestra fe. En Jesús la fe se hace esperanza,
se vuelve fermento y bendición: «Él nos permite levantar la cabeza y volver a
empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría» (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 3).
El desafío es no dejarnos vivir pasivamente, sino enfocándonos en la meta trascendental a la que nos invita llegar Cristo Jesús.
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