viernes, 22 de octubre de 2010

V Parte:San Juan Eudes, Maestro de la Misericordia

Porque nuestro santo no se contenta con ser, él mismo, coherente; su deseo es que todos los cristianos se dejen impregnar por ese espíritu de la misericordia divina; su anhelo es que todos los bautizados, especialmente los sacerdotes, sean también "misioneros de la misericordia". La pasión por el reinado de Jesús en los corazones de los hombres, realmente lo devora.

Conociendo bien la penosa situación, moral y espiritual, del clero y del pueblo cristiano de la época, percibe y siente en todo su ser la urgencia de la evangelización y de la formación de buenos obreros para llevar adelante un servicio eficaz del evangelio. Y a esa doble tarea dedica lo mejor de sus esfuerzos.

Aquel mismo año de 1644, cuando, por un lado, se consolida el jansenismo y, por el otro, él funda a N. S. de la Caridad, el P. Eudes concluye sus Consejos a los confesores; se trata de un breve escrito que rezuma aquel delicado sentido de caridad pastoral que el Vaticano II y, más recientemente, Juan Pablo II, retomando una densa herencia patrística, han presentado como nota constitutiva del verdadero pastor según el Corazón de Cristo. Allí Juan Eudes desliza una de sus escasas confidencias personales: "Conozco muy bien a alguien que ha sido escogido por la divina misericordia para trabajar en la conversión de los pecadores; encontrándose perplejo sobre cómo debía conducirse con ellos, si usar de bondad o de rigor, si mezclar los dos..., recurrió en la oración la Santísima Virgen, su habitual refugio. Antes de que hubiera comunicado a alguien sus inquietudes, la Madre de las Misericordias le inspiró a través de un mensajero: cuando prediques usa las armas poderosas y terribles de la Palabra de Dios para combatir, destruir y aplastar el pecado en las almas, pero cuando te encuentres a solas con el pecador, háblale con bondad, benignidad, paciencia y caridad".

Por eso, recomienda a los confesores a acoger y tratar al penitente "con un corazón verdaderamente paternal, es decir, con una gran cordialidad, benignidad y compasión", e incitarlo a la confianza. Y explica: "con entrañas de misericordia y con el corazón lleno de amor a cuantos se presenten a la confesión, sin hacer acepción de personas ni obrar con preferencias, salvo cuando se trate de enfermos o inválidos, de mujeres encinta o que están criando sus hijos, de aquellos que vienen de lejos..."

"Si se le ve temeroso y con alguna desconfianza de obtener el perdón de sus pecados, hay que levantarle el ánimo y fortalecerlo, haciéndole ver que Dios tiene un gran deseo de perdonarle; que se alegra mucho en la penitencia de los grandes pecadores; que cuanto más grande es nuestra miseria, más glorificada es en nosotros la misericordia de Dios; que Nuestro Señor ha orado a su Padre por los que lo han crucificado, para enseñarnos que, aún cuando lo hubiéramos crucificado con nuestras propias manos, nos perdonaría muy espontáneamente si se lo pidiéramos".

Apelando a un lugar común podemos afirmar que el "celo por la salvación de las almas" realmente lo devoraba.

Esta expresión -que hoy es poco aceptada pues se entiende mejor que el hombre no es sólo alma y que Dios salva al hombre completo- traduce bien la calidad apostólica de santos como Juan Eudes. Aparte de que la importancia dada por él al compromiso concreto nos permite captar en su pensamiento una intuición de lo que en el lenguaje bíblico significaba el "alma": no la parte espiritual en confrontación con el cuerpo -lo material- sino la identidad total del hombre, materia y espíritu, tal como ha salido de las manos de Dios.

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