sábado, 30 de octubre de 2010

VI Parte: San Juan Eudes, Un Hombre que apostó por la Misericordia

Encarnados con el Encarnado

Está claro que existe una significativa distancia cultural entre el siglo XVII francés y nuestra época, en cuanto al sentido de la palabra misericordia. Y conviene precisar esta diferencia a la hora de presentar el mensaje eudiano, si queremos que sea captado a plenitud por los hombres de nuestro tiempo. Hoy se ha empobrecido hasta tal punto su significado que parece ser un simple sinónimo de lástima o de piedad para con el culpable.

Para Juan Eudes, en cambio, misericordia era mansedumbre, clemencia, paciencia y comprensión frente a la falta del otro, pero sobre todo amor, piedad, generosidad. La misericordia era celo por la causa del hombre, un intenso sentimiento de piedad, generosidad; no mera conmiseración ante el sufrimiento ajeno, sino expresión plena y comprometida de un amor que trata de llevar a todos una salvación eficaz, concreta, pero al estilo de Dios. Así lo expresaría en un texto célebre: "Tres cosas se requieren para que haya misericordia. La primera es tener compasión de la miseria del otro, pues misericordioso es quien lleva en su corazón las miserias de los miserables. La segunda consiste en tener una voluntad decidida de socorrerlos en sus miserias. Y la tercera es pasar de la voluntad a los hechos".

Juan Eudes apoya su doctrina sobre la misericordia en aquel profundo sentido de la encarnación de Dios tan medular para los maestros de la espiritualidad beruliana. Exclama: "nuestro Redentor se encarnó para ejercer de este modo su misericordia con nosotros", es decir, para pasar de la misericordia del Corazón de Dios a la misericordia de los hechos salvadores.

El mensaje resulta evidente: Jesús personifica la misericordia divina, la misericordia activa y viviente de un Dios que viene a salvar a los malheridos del camino a Jericó. En la persona de Jesús, Dios se acerca gratuitamente a quienes están en desgracia y son incapaces de liberarse así mismos.


Porque Jesús es el Corazón humano de Dios, que ha asumido todas nuestras miserias para liberarnos de ellas. Y es esa misma actitud, "llevar en el corazón", la que Dios nos pide a nosotros frente al prójimo. Juan Eudes lo reitera, bajo diversas formas, a lo largo de sus obras: no hay otra forma de vivir el amor misericordioso de Jesús. Ella traduce y resume una experiencia fundamental que atestigua todo lo demás: ser cristiano es ser capaz de abrirse suficientemente, desde lo más profundo, para acoger en su vida al "otro": a Dios, al prójimo, y, en particular, a quien experimenta cualquier tipo de miseria. Un corazón auténticamente cristiano es aquel que, ante todo, sabe recibir y acoger a un Dios esencialmente gratuito, pero que, con Dios y como Dios, sabe acoger también las debilidades de los demás de tal modo que lo impresionen, lo habiten en lo más profundo de su ser, y lo dinamicen hacia una acción comprometida y coherente.


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