Pastor misericordioso
Jesús muchas
veces hablaba en parábolas y sus oyentes se sentían encantados con estas
narraciones tan cálidas, tomadas de hechos de la vida real. El contenido
profundo encerrado en ellas llegaba así fácilmente a los corazones de las
gentes.
La
misericordia era tema recurrente en los labios de Jesús y así los transmitieron
los Evangelios. Entre las parábolas de la Misericordia podemos leer tres en el
Evangelio de San Lucas capítulo 15. La primera es la de la Oveja perdida, y le
siguen la de la Dracma perdida y la del Hijo Derrochador.
Las tres parábolas nos hablan de lo que se ha perdido: la oveja, la dracma y el hijo. Las tres nos hablan de nosotros mismo, de las personas que están perdidas.
¿Quién de
nosotros no tiene en su ser algunos rincones perdidos, oscuros, heridos, no
sanados? ¿Quién no ha acumulado engaños, infidelidades, falta de rectitud…?
Nosotros
hemos escuchado la voz de Jesús y sentimos ternura con estas parábolas, Hoy día
nos cuesta imaginarnos un Pastor con su rebaño de ovejas, sin embargo en la
época de Jesús, era algo habitual verlos ya que los judíos tenían una cultura
eminentemente agrícola. Reemplacemos las
ovejas por personas, por nosotros, por otros, por la humanidad. Hemos escuchado
su voz, sus palabras, sus mensajes y lo hemos seguido. También nos hemos
sentido atraídos por sus milagros.
El Buen
Pastor nos busca con gran empeño, hasta
encontrarnos. ¿Nos dejamos encontrar, abrazar,..o somos esquivos? ¿Permitimos
que nos presente “salvados”, convertidos, a la comunidad de hermanos y cuente
con gran alegría que nos ha encontrado…que estábamos perdidos y nos ha salvado?
El Padre
misericordioso, cuando su hijo vuelve, lo abraza y hace una gran fiesta; hay
alegría, música, banquete. El hijo se sumerge en sentimientos y emociones
indescriptibles porque estaba muerto y ahora está vivo.
Fundamentalmente,
Él quiere que creamos en su Persona, que creamos que nos rescata y nos da la vida eterna.
Creamos que
Él es la puerta por donde se entra al Reino de Dios.
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