martes, 28 de enero de 2014

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO ( II )

¡NO NOS DEJEMOS ROBAR LA ALEGRÍA DE LA EVANGELIZACIÓN!” (83)



Afirma el Papa, que es necesario recuperar la propia identidad, sin esos complejos de inferioridad que conducen a “ocultar la propia identidad y las convicciones, las que terminan sofocando la alegría de la misión en una especie de obsesión por ser como todos los demás y por tener lo que los otros tienen” (79). Esto hace que los cristianos caigan en un “relativismo incluso más peligroso que el doctrinal” (80), porque termina corroyendo el estilo de vida de los creyentes.


La Iglesia, nosotros y nosotras, hemos de preguntarnos sobre la “jerarquía de las verdades” cristianas en nuestra vida y en nuestra manera de manifestarlas. ¿Están centradas en el corazón del Evangelio (37-39), o más bien centramos nuestra fe sólo a la luz de algunas cuestiones morales prescindiendo de la centralidad del amor? El Papa nos interpela a que se establezca un sano equilibrio entre el contenido de la fe y el lenguaje que lo expresa. Puede suceder, a veces, que la rigidez con la que se pretende conservar la precisión del lenguaje, vaya en detrimento del contenido, comprometiendo así la visión genuina de la fe (41).
 
Soy cristiano, cristiana. Mis palabras, expresiones, gestos, están inspirados en el amor que Cristo nos entregó, ¿verdad?

La misericordia es la mayor de todas las virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias:“«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará […] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38).”

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