“¡NO NOS DEJEMOS ROBAR LA ALEGRÍA DE LA
EVANGELIZACIÓN!” (83)
Afirma el Papa, que es necesario recuperar la
propia identidad, sin esos complejos
de inferioridad que conducen a “ocultar la propia identidad y las convicciones,
las que terminan sofocando la alegría de la misión en una especie de obsesión
por ser como todos los demás y por tener lo que los otros tienen” (79). Esto
hace que los cristianos caigan en un “relativismo incluso más peligroso que el
doctrinal” (80), porque termina corroyendo el estilo de vida de los creyentes.
La Iglesia, nosotros y nosotras, hemos de
preguntarnos sobre la “jerarquía de las verdades” cristianas en nuestra vida y
en nuestra manera de manifestarlas. ¿Están centradas en el corazón del
Evangelio (37-39), o más bien centramos nuestra fe sólo a la luz de algunas
cuestiones morales prescindiendo de la centralidad
del amor? El Papa nos interpela a que se establezca un sano equilibrio
entre el contenido de la fe y el lenguaje que lo expresa. Puede suceder, a
veces, que la rigidez con la que se pretende conservar la precisión del
lenguaje, vaya en detrimento del contenido, comprometiendo así la visión
genuina de la fe (41).
Soy cristiano, cristiana. Mis palabras,
expresiones, gestos, están inspirados en el amor que Cristo nos entregó,
¿verdad?
La misericordia es la mayor de todas las
virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que
a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias:“«Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados;
no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os
dará […] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38).”
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