Atentos/as a la voz del Papa
Francisco que nos anima a cambiar el
mundo desde la misericordia, les ofrecemos, cada miércoles una reflexión desde
la coyuntura con una mirada compasiva.
De coludidos y otras hierbas… no hay derecho…
Imposible no pensar
en el derecho cuando vemos, en nuestro país situaciones que transgreden lo que
entendemos como tal. Muchas veces, frente a la pantalla del televisor o leyendo
las noticias, nos da rabia, nos indignamos y alegamos que “no hay derecho”,
pero cabe hacernos la pregunta de ¿qué entendemos por derecho?
Nuestro país tiene
una impronta de apego a la ley –y a una noción del derecho vinculada a lo
jurídico-que es una característica del Alma de Chile y que, según el Cardenal
Silva Henríquez, complementa nuestro espíritu libertario… “Creemos definirlo
bien como el primado del orden jurídico sobre todas las formas de anarquía y
arbitrariedad”. Por eso cuando decimos “no hay derecho” hacemos referencia a la
violación de un orden jurídico pero sobretodo pensamos en la arbitrariedad de
ciertos actos.
Pero otra acepción
de derecho –muy de moda en estos días- es cuando decimos “es mi derecho y qué”.
En base a esa afirmación, que reafirma la libertad del individuo: yo decido
libremente lo que hago o no hago, con mi dinero, mi tiempo, mis cosas, mis
aficiones, etc.… Si bien la noción de la persona como sujeto de derechos es un
avance relativamente reciente en la historia de la humanidad, lo cierto es que
hemos banalizado un poco el concepto. Aparentemente, entendemos el “tengo
derecho” como un ejercicio de una libertad sin límites, casi desbocada. No se
trata de volver al discurso de los derechos y los deberes porque, en sentido
estricto, la contraparte del derecho no es el deber, sino la capacidad de
ejercerlos responsablemente y con conciencia de que los demás también los
tienen.
Pero pensando en
todos los “no hay derecho” que todos hemos escuchado en el último tiempo:
colusiones varias (pollos, confort, farmacias, pasajes de buses, etc); el abuso
de poder o el mal-uso del poder (cohechos, tráfico de influencias y otros); la
desigualdad social y económica que se mantiene en el tiempo; cabe hacerse por
la pregunta de por qué no hay derecho.
Se me ocurre que la rabia, la indignación y el desaliento a veces, tiene
que ver con una sensación de que, en realidad, el tema no es sólo que no se
vulneren las leyes, el tema no es sólo que yo pueda hacer lo que quiera. Sino
que, en ese espacio… [sí, en ese que queda entre la ley y el sujeto] hemos
perdido algo como sociedad. Hemos perdido la conciencia de que vivo con otros y no a costa de los otros; hemos perdido la conciencia de que hay
algo más allá de mí y de lo que soy parte.
No se trata de hacer lo que yo quiera siempre que eso no transgreda la
ley sino de hacer las cosas pensando más allá de mis intereses, y más allá de
mis legítimos intereses están los legítimos intereses de los demás miembros de
la comunidad, especialmente, de aquellos que no pueden hacerlos valer por edad,
por sexo, por credo, por pobreza, por etnia, etc. Más allá de mis intereses
está el sentirme parte de una comunidad y, por lo tanto, corresponsable de ella.
En la lectura del profeta Isaías del domingo 10 de enero, el Señor
anuncia al siervo ungido por el Espíritu “para que traiga
el derecho a las naciones”, pero no en forma de leyes sino de justicia porque, a
fin de cuentas, el derecho tiene que ver no con leyes solamente sino con
justicia, tiene que ver con allanar los caminos y emparejar las quebradas para
que todos y todas podamos caminar en comunión: hombres y mujeres, niños y
viejos, sanos y enfermos, pobres y ricos. Mientras como sociedad no caminemos
en esa dirección… ¡No hay derecho!
María Inés López
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