jueves, 14 de enero de 2016

Desde lo contingente aprendemos a vivir la misericordia.

Atentos/as a la voz del Papa Francisco  que nos anima a cambiar el mundo desde la misericordia, les ofrecemos, cada miércoles una reflexión desde la coyuntura con una mirada compasiva.

 De coludidos y otras hierbas… no hay derecho…

Imposible no pensar en el derecho cuando vemos, en nuestro país situaciones que transgreden lo que entendemos como tal. Muchas veces, frente a la pantalla del televisor o leyendo las noticias, nos da rabia, nos indignamos y alegamos que “no hay derecho”, pero cabe hacernos la pregunta de ¿qué entendemos por derecho?
Nuestro país tiene una impronta de apego a la ley –y a una noción del derecho vinculada a lo jurídico-que es una característica del Alma de Chile y que, según el Cardenal Silva Henríquez, complementa nuestro espíritu libertario… “Creemos definirlo bien como el primado del orden jurídico sobre todas las formas de anarquía y arbitrariedad”. Por eso cuando decimos “no hay derecho” hacemos referencia a la violación de un orden jurídico pero sobretodo pensamos en la arbitrariedad de ciertos actos.
Pero otra acepción de derecho –muy de moda en estos días- es cuando decimos “es mi derecho y qué”. En base a esa afirmación, que reafirma la libertad del individuo: yo decido libremente lo que hago o no hago, con mi dinero, mi tiempo, mis cosas, mis aficiones, etc.… Si bien la noción de la persona como sujeto de derechos es un avance relativamente reciente en la historia de la humanidad, lo cierto es que hemos banalizado un poco el concepto. Aparentemente, entendemos el “tengo derecho” como un ejercicio de una libertad sin límites, casi desbocada. No se trata de volver al discurso de los derechos y los deberes porque, en sentido estricto, la contraparte del derecho no es el deber, sino la capacidad de ejercerlos responsablemente y con conciencia de que los demás también los tienen.
Pero pensando en todos los “no hay derecho” que todos hemos escuchado en el último tiempo: colusiones varias (pollos, confort, farmacias, pasajes de buses, etc); el abuso de poder o el mal-uso del poder (cohechos, tráfico de influencias y otros); la desigualdad social y económica que se mantiene en el tiempo; cabe hacerse por la pregunta de por qué no hay derecho.
Se me ocurre que la rabia, la indignación y el desaliento a veces, tiene que ver con una sensación de que, en realidad, el tema no es sólo que no se vulneren las leyes, el tema no es sólo que yo pueda hacer lo que quiera. Sino que, en ese espacio… [sí, en ese que queda entre la ley y el sujeto] hemos perdido algo como sociedad. Hemos perdido la conciencia de que vivo con otros y no a costa de los otros; hemos perdido la conciencia de que hay algo más allá de mí y de lo que soy parte.
No se trata de hacer lo que yo quiera siempre que eso no transgreda la ley sino de hacer las cosas pensando más allá de mis intereses, y más allá de mis legítimos intereses están los legítimos intereses de los demás miembros de la comunidad, especialmente, de aquellos que no pueden hacerlos valer por edad, por sexo, por credo, por pobreza, por etnia, etc. Más allá de mis intereses está el sentirme parte de una comunidad y, por lo tanto, corresponsable de ella.
En la lectura del profeta Isaías del domingo 10 de enero, el Señor anuncia al siervo ungido por el Espíritu “para que traiga el derecho a las naciones”, pero no en forma de leyes sino de justicia porque, a fin de cuentas, el derecho tiene que ver no con leyes solamente sino con justicia, tiene que ver con allanar los caminos y emparejar las quebradas para que todos y todas podamos caminar en comunión: hombres y mujeres, niños y viejos, sanos y enfermos, pobres y ricos. Mientras como sociedad no caminemos en esa dirección… ¡No hay derecho!

María Inés López

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