jueves, 21 de enero de 2016

¿QUIEN VIVE EN LA CASA DEL LADO ?






Hace pocos días la Universidad Católica dio a conocer el estudio transversal que recoge 10 años de la encuesta Bicentenario. Esta encuesta se ha constituido en una especie de "foto" anual que busca dar cuenta de los cambios en nuestra sociedad.

Reconozco que la estadística no es mi fuerte: me cuesta "bajar" los números a la realidad cotidiana; sin embargo, un titular de prensa a propósito de la encuesta me dejó asombrada y preocupada. El titular decía "Bajan niveles de amistad de los chilenos en la última década: de 4,3 a 2,5" (La Segunda, 6 de enero 2016).

En realidad, no es que nuestros amigos estén incompletos, sino que la cuestión es que si le preguntan a la mayoría de las personas ¿cuántos amigos/as tiene usted? La mayoría no alcanzaría a nombrar ni a tres... Hace 10 años podíamos nombrar a cuatro o más. Solemos decir que la calidad es mejor que la cantidad, pero… si bien eso puede tener algo de verdad, no es menos cierto que la cantidad lleva una cuota importante de diversidad a nuestras vidas.

Dice la encuesta también que el promedio de vecinos conocidos ha disminuido de 11 (2006) a 8 en 2013! Y 9 de cada 100 personas derechamente no conoce a ningún vecino!

No sé ustedes, pero yo crecí en un barrio donde conocía el nombre de todas las personas de todas las familias del pasaje donde vivía y, además, conocía los nombres de mucha gente de otras calles. Mientras leía los datos de la encuesta traté de pensar en mi barrio actual y, a duras penas, llegue a juntar 10 nombres de mis vecinos y vecinas; me di cuenta que hay bastante gente a la que saludo y me saluda amablemente y no sé cómo se llama, y también me di cuenta que hay otros cuyos rostros ni siquiera recuerdo.

Me dio mucha pena ese cambio y empecé a pensar si la raíz de la desconfianza no estará –entre otras cosas que no podemos desconocer- en que nos hemos cerrado a los demás tanto que no conocemos ni sus nombres.
Cuando hablamos de justicia y de misericordia estamos de acuerdo en que son valores importantes para la vida, pero ¿cómo vivo la justicia, la misericordia, la solidaridad si ni siquiera conozco al que vive al lado? Y me acordé de que Dios lleva escrito nuestro nombre en la palma de su mano pero muchos de nosotros –pareciera- que llevamos las manos limpiecitas, sin nombres.

Personalmente me siento feliz, segura y querida porque sé que el Buen Pastor conoce mi nombre porque conoce el nombre de cada una de las ovejas de su rebaño, pero me doy cuenta que para fortalecer el rebaño cada una de sus ovejas estamos llamadas a conocer a las demás por su nombre.

Cuando me aprenda el nombre de mis vecinos, sepa como lo pasan, cuantas personas viven, aman y sufren en la casa del lado; mi barrio y mi comunidad dejarán de ser lugares de desconfianza y empezaremos a construir la justicia y la fraternidad desde lo pequeño. Porque nos conoceremos. Yo, a lo menos, quiero comenzar a aprenderme esos nombres. Ustedes ¿Se animan a empezar?

María Inés López
Antropológa - CECH



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